El abuelo René de escasa cabellera, se miraba frente al espejo.
Como pasan los años - decía contemplando aquel reflejo. Nadie pudo haber adivinado la edad del anciano con certeza, cualquiera persona le hubiera atribuido nunca más de setenta años de edad, gozaba de una excelente salud, lo que hacía aumentar más aún su lucidés.
Su cabello, barba y bigote blanco, encajaban armoniosamente con su rostro, tenía la cara un poco decaída, pero seguramente sería por el recuerdo de su esposa, que ya hacía muerta hace mas menos una década, solía olvidarla durante meses pero el recuerdo, aún volvía a veces por las mañanas.
Aún con ropa de dormir, decidió vestirse y preparar su desayuno, se habría levantado a las 9 A.M como religiosamente despertaba, o a las 6 A.M cuando se veía envuelto en sueños en las madrugadas, todos terminaban exactamente a esa hora.
Este anciano, de a poco iba encontrando su paz, y su felicidad, pero realmente algo le atormentaba, algo que estaba en su cerebro no encontraba la pregunta ni la respuesta.
A su edad, empezaba a olvidar sus recuerdos más antiguos, algo que no le preocupaba mucho, ya que culpaba a su senectud, aunque su conciencia le dijera a ratos, que es algo que aún le faltaba por conocer.
El anciano fue camino a la cocina, puso la pava para tomar mate y hervir dos huevos para servírselos a la copa, mientras esperaba que estuvieran listas esas cosas fue a preparar su mate. Empezó a recordar el sueño que tubo el viernes pasado, él estaba en la sima de una montaña contemplando la naturaleza, el caminaba fascinado por las flores de diferentes colores que rodeaban a los gigantes arboles, cuando repentinamente, bajó una densa niebla la que le obstruyó completamente la vista, ni si quiera su pelo canoso podía ver, al sentirse superado por la desesperación, empezó a gritar para ver si alguien salía en su ayuda, pero por mas que lloraba y alzaba la voz, nadie apareció, cuando ya no le quedaba fuerzas para gritar, ni para salir de esa amargura, despertó. Este hecho lo dejo intrigado, ya que no podía descifrar el mensaje, ni porque lo hubiera tenido, el creía con fe que todos los sueños tenían un porque.
Deja de pensar idioteces René - se dijo a si mismo, un poco estresado.
Descascaró los huevos, los preparó en su copa y se dispuso a sentarse en la mesa; con su vaso, el mate y su pava, ignoraba cuantos hacía que la habría comprado, realmente no recordaba.
Tenía una mesa cuadrada para cuatro personas, que el mismo construyo en su juventud para sentar a su familia, su señora y dos hijos, todos eran muy acelerados en esa casa, cuando aún vivía gente ahí. La cocina era amplia y poseía dos grandes ventanales, uno para el norte, que da a la calle, y el otro al sur que daba a su amplio patio, también, en las paredes había muchas fotos, que él realmente ignoraba quienes eran y su procedencia, realmente estaba olvidando.
Por la mierda, otra vez estoy comiendo huevos desabridos - exclamó con serenidad y un tono cómico de que el mismo se reía, cualquier persona extraña hubiera pensado que se trataba de un viejo insolente, pero el hablaba con una inocencia gigante.
Al término de su rápido desayuno, vio por la ventana que daba el sur, acercarse nubes completamente negras, se levantó a marcha rápida para vestirse, porque si le llovía no podría ir a comprar, por ende se quedaría sin comida para el próximo día.
No lloverá - dijo René, de todos modos se abrigó completamente con sus pantalones de tela gruesos, su chaleco, zapatos de cuero, como si fuera poco, sacó su bufanda, gorro y guantes de lana que se puso rápidamente, asustado por la lluvia.
Estos tiempos, estamos en pleno verano y se acerca quizás un gran aguacero - Mientras se hablaba a si mismo, caminaba dispuesto a abandonar su casa, como también veía acercarse aquellas nubes amenzadoras. Salió de su casa, le esperaban alrededor de seis cuadras para llegar al mercado, movía sus pies tan rápido como podía, no circulaba ningún vehículo, y al viejo se le hizo el viaje mucho más corto, de lo que el mismo esperó.
Se asombró de que a pesar de sus ochenta y dos años estuviera en tan buen estado físico, mientras ya muchos de sus amigos se encontraban muertos, y los que aún vivían, estaban en cama, le llegaron aires de juventud.
En el mercado, tomó dos paquetes de arroz, un kilo de harina, levadura, y verduras de distintas especie, cuando ya tenía todas las cosas, se acerco a la cajera.
Que raro esta el tiempo señorita, vio usted como se acercan aquellas nubes totalmente negras? - Hablaba con mucho respetó el abuelo.
Si, vi unas cuantas, pero no me interesan, siempre ignoro esas cosas, y como me ve, soy tan indiferente, que me visto como cualquier día, y si me llega a tocar la lluvia, siempre me arrepiento, pero bueno no estamos para hablar de la lluvia, son tres mil ochocientos. - Siempre hablando con rudesa.
Le sorprendió la frialdad de la señora, tan indiferente a todo, pero parecía tener un carácter que ignoraba todo, hasta que colapsaba, le pagó el dinero justo, sin transar ninguna palabra, tenía que emprender regreso a su casa.
Mientras caminaba de regreso, ocurrió lo que temía, se disparó la lluvia, había mucha gente corriendo, para evitarla de cualquier modo, desesperados, otros, se quedaban en la lluvia, porque simplemente les parecía que ya no importaba nada, y que mojarse, era solo un poco más de desdicha, finalmente vio a las personas, que esperaban tranquilas, bajo algún techo, esperando que pasará la lluvia, ya que era algo natural, y había que aprender a aceptarlo como tal, como parte de su vida, sin arrancar ni dejarse caer en lo profundo.
René observó a este último grupo de personas, que eran contadas con los dedos, y le llegó un alivio enorme, aprendió lo que no se había dado cuenta a sus ochenta y dos años, esbozó una gran sonrisa, y se dispuso a hablar con las personas felices bajo techo.
Carlos Alarcón
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